Entre brechas y olvido, este país guarda historias que muchos prefieren no ver, no escuchar, no recordar. Pero para quienes creemos que la memoria es la única forma de sanar y construir en un país que ha aprendido a vivir con cicatrices, el arte se ha convertido en nuestra mejor arma. La fotografía y el cine son mucho más que entretenimiento. No es solo sacar la cámara y hacer clic; es adentrarse, convivir, aprender a escuchar más allá de los prejuicios, y conectar en esas pequeñas cosas que nos hacen humanos ¿Por qué nos debería importar? Porque el dolor y la resistencia, son un lenguaje universal que nos recuerda que, en el fondo y a pesar de nuestras diferencias ideológicas, todos buscamos lo mismo: justicia, dignidad, y la posibilidad de contar nuestras propias historias.
Álvaro Cardana un comunicador social y periodista nos contó en su conversadero cómo hace más de una década centra su trabajo en la defensa de los derechos humanos a través de las artes audiovisuales incluyendo las comunidades en el proceso creativo y brindándoles herramientas para el encuentro con el otro, para su educación y para construir condiciones de reflexión sobre la violencia.
Mas Juan Co-Fundador de La Ruta Studio y creyente que el servicio a los demás siempre será la ruta, interpreta realidades enmarcadas en la fotografía y se adentra en los territorios con su comunidades y dinámicas no solo para “extraer de ellas la belleza” sino para crear hilos y conexiones que tejan sociedad. En la charla sobre los documentales nos cotó cómo se viven las experiencias audiovisuales con este enfoque. Este es su corto inspirado en la comunidad de Ladrilleros (Pacífico Colombiano) con ayuda de la fundación Hüaitoto https://chefburger.co/cortos-chef-film-fest/mar-de-leva/
Y ampliando un poco el entendimiento del arte como una herramienta indispensable hablemos de Putamente Poderosas. Sí, el nombre incomoda, y esa es la idea. Esta organización trabaja para proteger los derechos de las trabajadoras sexuales en contextos de extrema vulnerabilidad y, además, da un espacio único a sus hijos. En un mundo donde ser niño y soñar es casi un acto de rebeldía ofrecen talleres artísticos y programas que no solo enseñan a estos niños a crear, sino también a imaginar futuros distintos al que la pobreza y el entorno complejo han trazado. Aquí el arte se convierte en una llave, un canal que rompe barreras, y una salida para redescubrir el mundo que pueden construir.
Entonces, ¿qué tienen que ver la fotografía y el cine con todo esto? Todo. Porque cada historia capturada, cada documental, cada imagen en movimiento es una manera de decir “esto está pasando y no vamos a fingir que no”. El arte en manos de quienes luchan por los derechos humanos no es solo “bonito” o “inspirador”; es revolucionario. Porque nos obliga a mirar de frente, a escuchar, y, a veces, a replantearnos quiénes somos y qué tipo de país queremos dejar. ¿Estamos listos para mirar y para escuchar lo que preferimos ignorar? ¿Para recordar juntos, no desde el morbo, sino desde la empatía y la acción? Quizá el arte, en todas sus formas, sea nuestro mejor camino para sanar.